El debate de las eras no cesa. Siempre hay alguien dispuesto a reivindicar la suya como la mejor, hablar de lo que hicieron entonces y de lo fácil que sería hacerlo ahora, o viceversa. Menospreciar lo que pasó en tiempos pasados o los récords de los jugadores actuales. Y Gary Payton no iba a ser menos. En mitad de las Finales, se han hecho públicas unas palabras pronunciadas por el mítico base de los Sonics, en las que tildaba a la era de los triples a una de mero “entretenimiento”. Y ha asegurado que él, un hombre que desarrolló una carrera de 18 años en la NBA, jugó en la mejor era del mundo. La de los 90. La de Michael Jordan.
Las declaraciones de Payton no son las primeras que hemos visto de este tipo. Charles Barkley y Shaquille O’Neal hacen gala de son consabida verborrea durante varias veces al año en la TNT, minusvaloran a las estrellas actuales y utilizan el poder de la televisión para crear polémica y zarandear la opinión pública, ese lugar en el que se ganan y se pierden las batallas que deciden las guerras. Y Draymond Green, un hombre que ha nacido para hablar de todo y sobre todo, no ha tardado en responder y ha mostrado su hartazgo sobre las continuas opiniones que dan los jugadores de los 80 y los 90, ese juego teóricamente más físico que desarrollaban y la superioridad moral de entonces en la comparativa con el resto de etapas actuales.
Pat Riley, el visionario
Si hubo alguien que supo qué tipo de baloncesto se iba a jugar en los 90, fue Pat Riley. El actual padrino de la NBA llegaba de ganar cinco anillos como entrenador en los 80 (uno como segundo y otros cuatro como técnico principal) y abandonó los Lakers en 1990, tras una década histórica en la que apadrinó el Showtime junto a Magic Johnson y con un Kareem que se retiró un año antes de que Riley consideraba que su tiempo en Los Angeles había pasado. Y fue él, cuando firmó con los Knicks el contrato más alto que un entrenador había tenido jamás, el que comprendió una verdad que muchos se resistían a admitir: el baloncesto que venía era heredero directo de los Bad Boys de Detroit y no de la carisma y la belleza de esos históricos Lakers. Y pasó de practicar uno de los baloncestos más cautivadores del planeta, a atrincherarse atrás y desarrollar una forma de juego muy querida y admirada en el Madison: garra, rebote y pelea.
Los Knicks fueron siempre candidatos al título con Riley en el banquillo. En 1994, con Michael Jordan jugando al béisbol y disfrutando de su primera retirada, los neoyorquinos derrotaron por fin a unos Bulls a los que el año anterior tuvieron 2-0 en semifinales de Conferencia (perdieron 4-2). Esos 7 duros partidos constataron lo que eran esos Knicks, un equipo que rozaba la legalidad en cada jugada, bochornoso, casi imposible de ver para alguien que hubiera disfrutado del pasado más reciente, con la suavidad y clarividencia de los Celtics de Larry Bird, y el talento y la rapidez de los Lakers de Magic Johnson. En el quinto partido, en el Madison, los Knicks ganaron gracias a un error garrafal del árbitro Hue Hollins. Fue la serie en la que Pippen le dijo que no a un Phil Jackson favorable al tiro, a la postre ganador, de Toni Kukoc. Una eliminatoria preciosa por narrativa, pero horrible en cuanto a estilo. Física, pero pírrica. Llena de parones y protestas. Una serie que representó como ninguna el juego de los 90.
Lo de antes y lo de ahora
En los siete partidos de ese candente Knicks-Bulls, en el que prevalecieron los neoyorkinos, solo se pasó una vez de los 100 puntos (104-102 en el tercer encuentro, el de la canasta ganadora de Kukoc), el 96-91 del segundo juego fue el segundo resultado de más puntos combinados y, en el séptimo juego, el equipo de Phil Jackson se quedó en 77 tantos. Además, se lanzsaron 178 triples y solo se anotaron 52, un 29,7%. En el último juego, un séptimo siempre más proclive al error, los Bulls hicieron 2 de 12; los Knicks, 4 de 17. John Starks, All Star ese año y uno de los hombres más queridos por el público, se fue a la anomalía de 11 triples intentados en las Finales de la NBA, en la que los Knicks jugaban ante los Rockets de Olajuwon tras superar a los Pacers en finales del Este… y no anotó ninguno. Su serie de lanzamiento en ese partido fue de 2 de 18. En ninguno de los siete juegos de esas Finales, también históricas, hubo ningún equipo que superara los 100 puntos. Ganaron los Rockets, claro. Y los Knicks se quedaron con el recuerdo de los anillos de los 70. Uno que ni Pat Riley pudo revivir.
El baloncesto ha cambiado: Warriors y Cavaliers jugaron también siete partidos en las Finales de 2016 (un ejemplo como otro cualquiera, pero útil en este caso). En todos los juegos el equipo ganador superó los 100 puntos excepto en el último, 93-89 para los Cavs y anillo prometido de LeBron, con triple de Kyrie mediante. En el sexto, lo hicieron ambos (115-101 para Cleveland). Se lanzaron, además, un total de 422 triples, 244 más que en el Knicks-Bulls de 1994, 22 años antes. Y se anotaron 150, para un 35,5% de acierto. Solo en el último encuentro se intentaron 66 triples, 24 entre Stephen Curry y Klay Thompson. LeBron James, un jugador atemporal, se fue a 8, 6 y 5 intentos en los tres últimos duelos. Desde luego, otro tipo de baloncesto.
Una cuestión de perspectiva
Si es o no un mejor baloncesto el de antes que el de ahora es una cuestión de simple opinión, de pura perspectiva, de máxima subjetividad. La continuación del Showtime no tuvo verdadera cabida en el juego hasta que los Suns de Steve Nash y su Seven Seconds or Less hicieron su aparición e instauraron las bases del pick and roll. Las defensas asfixiantes y bochornosas fueron sustituidas, se hicieron más tácticas, pero no por ello menos duras: Rasheed Wallace, Tony Allen o Ron Artest han jugador en el siglo XXI. Draymond Green, Giannis Antetokounmpo o Marcus Smart lo hacen con más o menos efectividad en plena era de los triples. La colectividad defensiva no parece tan arcaica, pero porque los ataques se han convertido en máquinas de anotar, con pívots jugando de bases, aleros subiendo el balón o teóricos playmakers corriendo para hacerse un hueco a base de bloqueos. Otro baloncesto.
La narrativa de los 90 sobrevivió gracias a Michael Jordan y sus duelos épicos ante todos los equipos de la época. Pero tampoco los Bulls eran precisamente una oda al baloncesto ofensivo: ante los Jazz no superaron los 100 puntos ni en las Finales de 1997 ni en las de 1998. Tampoco lo hicieron sus rivales, el equipo que mejor interpretaba el contraataque de la época. Las florituras de la época y el discurso que acompañaba a His Airness permitieron sobrevivir a una NBA que bebió del elixir de quizá el mejor jugador de la historia. Pero el juego era el que era, por mucho que Gary Payton y compañía se empeñen en lo contrario. En 1996, los Sonics fueron finalistas con 104,5 puntos de promedio en regular season, segunda mejor cifra tras los 105,2 de los Bulls, campeones. Este año, Warriors y Celtics luchan por el anillo tras anotar más de 111. Una vez más, otro baloncesto. Que puede ser tan involucionista como el que practicaron los Rockets de James Harden, sin tiros de media distancia y con una monotonía que buscaba la efectividad. O tan cautivador como el de los Warriors de las cinco Finales consecutivas (2015-2019). Si es mejor o peor que el de los 90 es, claro, cuestión de perspectiva. No hay más.